Uno de los empeños de la industria de contenidos por conservar un modelo de negocio obsoleto es descalificar toda copia no autorizada por el titular de los derechos de autor como «piratería». La piratería, aplicado al campo de derechos de autor, es aquella que se hace a gran escala y con interés comercial. Sin embargo, la industria de contenidos nos ha hecho creer (y ella misma se cree) que la crisis de ventas no se debe a un modelo obsoleto, sino a las copias no autorizadas (que según las diferentes legislaciones, son legales o no). Según este simple esquema, ha elaborado todo un plan para luchar contra el molino inventado, la «piratería», para así poder hacerse con un control completo del mercado.
Hablar de internet como la gran fuente de «piratería» contiene un grave error de análisis que muestra que el problema de la industra está en otro lado. Es necesario ver por qué.
La «piratería» no es un problema real. Es posible que expliquemos la economía con el cuento de la lechera, pero eso no deja de ser más que un cuento. Cada descarga no es una venta perdida, porque de lo contrario las ventas no habrían descendido una décima parte, sino en su totalidad. Además, Napster ha dado una doble lección a la industria discográfica. En primer lugar, se pueden ganar millones de dólares sin vender una canción. Y en segundo lugar que hay mercado para la venta de música en internet, porque el formato de disco se está quedando obsoleto y hay cada vez más aparatos que reproducen música (si de momento no los ilegalizamos) que no funcionan con discos. (Las ventas de música han aumentado en Estados Unidos después de varios años de bajada, gracias a los servicios de venta de música e internet [y eso que hay pocos servicios y, en mi opinión, son malos].)
Aunque la «piratería» fuese un problema, la prohibición no es la solución. Con los cambios legislativos que vamos introduciendo, puede que llegue el momento en que la industria de contenidos controle cualquier copia de cualquier canción o película, cualquier transmisión por internet. Sería un craso error, pero podría ser. Incluso en ese caso, las ventas no aumentarían, porque la alternativa no está entre comprar y copiar, sino entre comprar o no comprar. Y para eso es necesario crear buenos productos y venderlos a buen precio (eso es algo de cajón en un mercado libre, pero el sistema de derechos de autor no lo es por principio).
En tercer lugar, incluso aunque llegásemos a otorgar un poder absoluto a la industria para controlar sus contenidos, el presunto remedio causaría muchos más daños que la supuesta enfermedad. Y éste es el peligro fundamental de un monopolio: no es que quiera hacerse con todo lo que hay, sino que quiere que todo lo que haya sea únicamente lo suyo. Dar la llave a los monopolistas sobre la tecnología e internet sería nefasto, porque perderíamos todas las oportunidades que los monopolistas no supieran ver. Es absurdo, como decirle a los editores de partituras que controlasen el desarrollo de las primeras pianolas y los primeros discos (a los que acusaban de «piratería»).
El asunto es más grave porque en el fondo los derechos de autor regulan algo que mucho más importante: la libertad de expresión. Si la tecnología cambia, lo que tiene que cambiar es el modo de hacer negocios y la ley debe adaptarse a los cambios tecnológicos, para poder regularlos. No tiene mucho sentido que la protección que damos a los autores permita a los editores controlar el mercado y la cultura.
Por tanto, es muy importante volver a la regulación de las obras comerciales (intentar regular comercialmente lo que no lo es, es ahogar la creatividad). Así lograremos lo que la protección de los derechos persigue, esto es, no proteger un monopolio, sino proteger la creatividad y la innovación.